domingo, 24 de julio de 2011

MILAGRO POSTUMO




Gabriel Pérez de 55 años y su querida esposa Leito de 53, ambos en edades apetecibles, con atractivos propios de quienes han creado estabilidad emocional de pareja y una práctica acomodación en el hogar al que han dedicado sus esfuerzos y su vida para culminar con el proyecto común que terminará en la vejez; cuando los parecidos físicos y sus costumbres sean más de hermanos gemelos que de marido y mujer. Habían planeado años atrás un viaje por el Caribe cuando cumplieran sus primeros 25 años de casados.


Un crucero, que partiría de Cartagena para ir internándose en los brazos abiertos de las aguas cálidas y tropicales, e impregnarse de las arenas blancas de Cancún al meneo de un reggae en Jamaica, las venias solemnes y veleidades azuladas que besan desenfrenadamente al acantilado de Bluff, el retozo infantil de los delfines en Roatan, la unión en un solo paso de las verde-claras aguas de los océanos en Panamá y terminar de nuevo en la heroica.


Habían dispuesto de 3 semanas para volver a sus pieles, ahora, sin menos austeridad y prejuicios que en los primeros años. Seguidos de esos otros años de espera que con exaltación y calma habían aprendido a desearse a través de las miradas cómplices extraídas del fondo de sus sexos mientras atendían las tareas de los niños.


Dentro de las valijas, engulleron las ilusiones de encuentros sin estrenar, los tiempos de abstinencias y las promesas de no abandonarse nunca, ni siquiera para morir a destiempo. Su relación había sido compacta como una roca, muchas veces golpeada por las dudas, solo por las dudas y como la arena sabe dejarse lamer por las olas, seguirlas, lentamente y sin difamar, ellos se mantuvieron por veinticinco años.


A las 10:00 p.m. del día anterior, previo al embarque decidieron brindar con un canelazo, para calmar ese estado interior y luminoso que les otorgaba la alegría y el frio que produce la ansiedad hacia lo desconocido. Platicaron animosamente sobre el viaje, repasaron mapas, itinerarios, fotografías, que les anticiparan el mundo desconocido. Allí en su habitación entre risas y abrazos Gabriel hizo que Leo le prometiera que nunca lo abandonaría ni a la hora de morir. Ella entre risas y besos a medio acabar, le dio el sí, que era tanto como nuevos votos para el resto de sus vidas. –Viejo, espero hacerte el milagro- dijo bromeando.


Muy temprano, salieron al aeropuerto acompañados de sus dos hijos para tomar el vuelo que los llevaba al Rafael Núñez. Allí, en menos de 3 horas estaban trepados en el enorme Pullmantur sumergiéndose en el ocean dream, del que exultaban a cada minuto sensaciones renovadas con el rítmico movimiento de las olas bajo sus pies, embarullándose en una relación casi simbiótica. Así concluyó el crucero.


De regreso a la heroica, arrollados por el embrujo que había dejado la travesía por el océano, quisieron despedir su última noche, lejos del bullicio. Ante el titileo apurado de los brillos del firmamento, tomaron sus manos, para nuevas promesas, y con el cuenco de ellas anidaron los cuerpos celestes. Gabriel y Leo, sin reparar sus cincuenta y tantos buscaron el lugar más solitario y se dejaron lamer por las olas, mientras ellos lo hacían con las suyas.


El intenso ébano de los ojos de Leo, era una ráfaga de luz en un bosque, que condujeron al marido a los entrelazados de la Muralla de San Felipe, para jugar a las escondidas. Cada encuentro se compensaba con un abrazo de fuego.


De pronto desaparecieron las risas y los llamados de Leo. Había rodado por una de las pendientes de la fortaleza, cayendo de frente como soldado al fuego inglés de otros tiempos.


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Transcurría el día veintitrés de Diciembre dentro de la normalidad caótica, propia de la sección de urgencias en cualquier hospital, allí en la Clínica Santa Mónica.


El intrépido ruido de los motores de un helicóptero que descendía en el parqueadero provocó pánico. Asunto inusual en ésta clínica, pues solo tiene cobertura para unas cuantas camas, tiene prestigio y una nómina de destacados profesionales, ¡que pensar en un helipuerto!.


Se fundieron en un solo murmullo: sirenas, ambulancias, camillas y personal, pidiendo paso. Gabriel, como un fiel guardián, sigue a la masa de su mujer.


El parte médico indicaba que Leo había caído desde una altura de más de 6 metros, hemorragias internas y el trauma ocurrido 7 horas antes. La paciente viene trasladada del hospital Bocagrande de la ciudad de Cartagena, su esposo se ha negó a cualquier intervención y exigió su traslado a esta clínica. Anunció un paramédico.




¿Es usted el Doctor Barrera? Soy Gabriel Pérez el esposo de Leito.


Si, soy el doctor Barrera, lamento conocerle en estas circunstancias.


Con voz ahogada dice Gabriel: Usted es el único que puede salvarla. Por favor ¡sálvela!


En la sala de espera queda un Gabriel fundido entre angustia y miedo, recordando las promesas mutuas de no morir el uno sin el otro, mientras dos lágrimas huérfanas ruedan acompasadas por sus mejillas y se pierden en el verde mostaza de su camisa.


Señor Pérez, tenemos los resultados de las pruebas practicadas a su esposa, retumba una voz en los oídos sordos de Gabriel.

Señor Pérez, su esposa tiene destruido el diafragma.


¿Qué es eso doctor?


Es un músculo que separa el tórax del abdomen para evitar que los órganos internos se junten entre sí, y…. es además el músculo más importante para la respiración.


¿Su esposa había tenido algún dolor antes del accidente?


¿mmm, Si doctor, a ella le habían detectado una hernia.


Precisamente, señor Pérez, el músculo está debilitado a causa de una hernia diafragmática.


¿Eso es muy grave doctor?


No puedo mentirle. No es grave. Es muy grave.


Pero usted es el mejor y por eso la traje aquí. ¡Usted me la va a salvar! ¡Usted me la va a salvar!


El doctor, (un agnóstico respetuoso de toda creencia), miró a los ojos de Gabriel y en su silencio se leía: si usted es creyente, quizás el milagro se haga en mis manos. Enseguida atravesó el corredor y se perdió con la primera curva de la construcción.


Pasada un poco más de la quinta hora de intervención, se escuchó un grito aturdido dentro del quirófano, el médico descubrió el rostro y la cabeza, secó las gotas de sudor surgidas de la rabia y el dolor. Tomó el impulso necesario para ir a Gabriel y desenfundarle la única verdad.


Caminó pausado y se paró a la espalda del hombre, dispuesto a enfrentar sus ojos acuciosos de juicios.


Dígame que todo salió bien. Por favor. Leito es mi vida doctor.


Murió (musitó el doctor).


Usted es el mejor. ¡Por eso la traje hasta aquíííí!


Vino un paro respiratorio. No dio lugar a resucitación.


Eso quiere decir que la dejó ir. ¿Verdad? Eso… ¿quiere deciiirrr?


Lo siento. (Atinó a responder el doctor)


Gabriel cayó desplomado en la silla y su alma voló en busca de la de ella. Tal como lo escuchaba todos los domingos en la iglesia, el alma debía estar en el aire.Pensó.


Al cabo de un tiempo, se reincorporó, pidió los resultados de las pruebas, auscultó las radiografías, pidió ser llevado a la sala de rayos X para buscar a través de la luz blanca algún mensaje de Leo.


En el diafragma destruido, el leyó: “Viejo, Te has quedado sin mi presencia, sin mi carne, sin nada. ¿De qué podría servirte un algo? Para cumplir mi promesa, he implorado al vacio, el milagro de permanecer junto a ti por siempre.


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Gabriel, viste el traje de boda. Lleva siempre un ramito de azucenas frescas y todos los días está con ella.